El calor disparado nos acerca a la copa fría de blanco, rosado o espumoso que, con sus sabores refrescantes, aminora la sensación de bochorno. El tinto, afirma Antonio, “en el mejor de los casos, queda para ser mezclado con refrescos y otras fruslerías, una opción que no se debe desdeñar, siempre y cuando los ingredientes sean elegidos con criterio y las proporciones alcancen el equilibrio”.
Pero Antonio, más allá de estas combinaciones, quiere romper una lanza en favor del poder refrescante del vino tinto catado sin ningún otro añadido, en su forma original. “Si pensamos en crianzas más o menos largas o elaboraciones complejas, no parece que vayamos a convencer a muchos parroquianos para que confíen su sofoco y su sed al tinto. Pero este tipo de vino tiene un as debajo de la manga que va a hacer que la próxima vez que practiquemos el terraceo cambiemos el color de nuestra copa: el tinto joven. Es un vino que, aunque no os lo creáis, ofrece cualidades similares a un blanco, rosado o espumoso: frescura, fruta, un paso amable y, por qué no, bastante versatilidad gastronómica.”
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